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Ya no creo más en mi neurótica

  • Foto del escritor: Jeffri Zúñiga Urriago
    Jeffri Zúñiga Urriago
  • 25 abr 2020
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 27 abr 2020

Suele escucharse en los círculos psicoanaliticos que Freud alguna vez dijo: "Mi histérica me miente". No hay cosa menos cierta que esa: no sólo por la imprecisión que contiene, que, al fin y al cabo, podría omitirse si se rescata su contexto y se parafrasea en la medida que sea posible intentando conservar el mismo sentido de la oración; sino porque además, su sentido es completamente contrario a lo que sí dijo Freud originalmente en una carta que envió a su estimado amigo Fliess fechada el 21 de septiembre de 1897, y cuyo extracto se encuentra en la imagen del final de esta entrada.


Desconozco las conclusiones que se extraen de la primera frase, o del impacto teórico o clínico que tenga en los analistas. Pero podemos intentar reconocer uno de sus efectos.


¿Qué implica para un analista asumir que su paciente le miente? Se podría pensar que bastante. Sin embargo, restrinjámonos a un sólo supuesto: que habría una realidad objetiva que se debe contrastar con lo que dice la paciente. Si ella realmente se cree lo que dice, en definitiva está loca según la psiquiatría de la época. Si ella sabe que que miente entonces lo hace deliberadamente. En todo caso, este supuesto hace recaer la sospecha sobre la paciente y no sale bien librada: loca o mentirosa.


En cambio, asumir que ya no se le está creyendo introduce una interrogante, una duda, pero ya no en la paciente, sino en la misma persona del terapeuta, y en el caso de Freud, también del investigador. El camino es el opuesto. Este reconocimiento hace que Freud se reformule una importante hipótesis, a saber, el origen traumático de la histeria.


Antes de la carta se consolidaba la idea de que en la infancia se había experimentado una vivencia temprana de tipo sexual que devino traumática tiempo después por efecto retardado. Esta experiencia traumática era el común denominador de sus histéricas, con un factor adicional, tener a un padre perverso y seductor, incluido el propio padre de Freud.


Ante este panorama habían dos opciones: o todos los padres eran perversos o sus histéricas le mentían. Pues ninguna de las dos, la conclusión fue: la fantasía sexual se adueña casi siempre del tema de los padres. Esto representó un salto epistemológico en la teoría, puesto que se introdujo la fantasía como la vivencia escenificada y recordada de un deseo inconsciente, más allá de que ocurriera o no efectivamente. Claro, esto introdujo otros problemas, pero al menos restituyó el valor de la realidad psíquica en el padecimiento neurótico.


 
 
 

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